domingo, 5 de junio de 2016

LAS DIFERENCIAS POLÍTICAS EN ESPAÑA

   Los enfrentamientos entre políticos y entre partidos políticos nos hacen creer, a buena parte de los españoles, que el mundo se divide en dos bloques antagónicos sin posibilidad alguna de entenderse. Circunstancia que nos hace sentirnos distintos y a la vez preguntarnos ¿porqué en Alemania pueden unirse las dos fuerzas mayoritarias cuando conviene a la nación, y en España no? También observamos un cierto despego de los españoles en aspectos tan simbólicos como el himno y la bandera o bien ¿porqué nuestro himno no tiene letra? Curiosamente esas dos últimas singularidades nos acercan a la normalidad, gracias a los éxitos en el deporte. Las otras peculiaridades tienen distintas explicaciones y soluciones que intentaremos analizar: 
   Durante y después de la Transición, posiblemente por una necesidad psicológica imperiosa, todos los españoles, todos, miramos únicamente hacia adelante. Sin saber cómo, se llegó a la situación de completo olvido del pasado. Los adolescentes de los ochenta e incluso de principios de los noventa desconocían completamente la figura de Franco y todos empezamos a vivir como si nunca hubiera existido, salvo en la intimidad de algunas familias que no sabían siquiera dónde estaban enterrados sus muertos, incluso ahora, después de más 37 años de democracia. No quisimos recordar de nuevo esa realidad que describió Albert Camus (premio Nobel en 1957): “Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”. Ha llegado el tiempo en que, sin dejar de valorar y vivir los grandes logros, empecemos a recuperar la "memoria histórica" de esos 40 años. El 31 de octubre de 2007 se aprobó la Ley de Memoria Histórica (ley 52/2007) con la que se pretendió, por primera vez, una reparación moral a las víctimas de los dos bandos durante la guerra y la dictadura. Creo que es el momento de cumplirla y superar ese tiempo para poder ser homologables.
   Por otro lado, resulta imprescindible hacer un ejercicio de profundización en el sentido final de la democracia. En todas ellas el juego político se inicia en los desacuerdos. Y una de las ventajas de este sistema es que la responsabilidad de los demócratas es generar acuerdos, es decir, buscar un núcleo común de exigencias básicas. Cuando creemos que las ideologías son permanencias históricas inamovibles o se da preferencia absoluta a las estrategias para conseguir el poder, no se es demócrata. En democracia priman los programas para solucionar problemas y en el desglose de sus puntos y de sus razones, se deben encontrar soluciones y, en última instancia, habrá que buscar los mínimos e imprescindibles acuerdos, incluyendo revisiones temporales que permitan correcciones cuando no se cumplan los objetivos. Lo ocurrido después del 20D elimina de este método a los que creyeron que sólo era democrático si gobernaba el más votado o los que antepusieron su estrategia de poder sobre todo lo demás, usando como coartada la ideología.
   Hay que recordar que en democracia no existe la verdad política. Existe la búsqueda de lo justo y lo conveniente para cada momento y siempre pensando en una posible revisión, pues el futuro no es fácilmente previsible. Las cuestiones políticas no se miden por parámetros de verdad y mentira. Eso puede ser así, sólo en el lenguaje de las ciencias. En el lenguaje político debemos hablar de la legitimidad de las instituciones, de la justicia de las normas, o de solución de necesidades. Este método presupone un conjunto de valores éticos y políticos que lo hacen deseable y justificable frente a sus alternativas históricas: el autoritarismo o la dictadura. Cuestiones que deben debatirse pública y racionalmente sobre valores de libertad, igualdad y solidaridad.

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