domingo, 20 de septiembre de 2015

LA CONSTRUCCIÓN DE EUROPA

    El Acta Única Europea, presentada en diciembre de 1985 y aprobada por los doce miembros en julio de 1987 (ya incluida España), introdujo los mayores cambios en la estructura de la CEE desde el Tratado de Roma de 1957. La caída del muro de Berlín en 1989 marca el comienzo de una nueva serie de cambios que tendrán como consecuencia la germanización de Europa: el 1 de noviembre de 1993, siendo presidente de la Comisión, Delors, con el Tratado de Maastricht (Tratado de la Unión Europea) se hizo efectiva la creación de la Unión Europea; en 1995 se incorporaron Austria, Finlandia y Suecia, cerrando la Europa de los 15; en 1999 nace el Euro cuyo valor tomó como referencia la mitad del marco. La estrategia se completó con la ampliación hasta los 28, por la vía rápida, para otros trece países: en 2004, entran Chequia, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta y Polonia. En 2007 Rumanía y Bulgaria. Por último en 2013 Croacia. La Europa germánica se había consumado y a partir de aquí los beneficios para Alemania se multiplicaron. 
    Son muchos los que discrepan de la política económica defendida por Alemania, caracterizada por el papel restringido asignado al Banco Central Europeo, por su insistencia en las políticas de austeridad en medio de la recesión, por la casi obsesiva preocupación por el peligro de inflación y, en definitiva, por la prioridad que da a la resolución a largo plazo de los problemas estructurales, minusvalorando las dificultades cíclicas a corto. La apuesta por la austeridad es nítidamente alemana, como lo es el instrumento institucional para conseguir ese objetivo económico y, de paso, alterar en beneficio propio los equilibrios de poder dentro de la UE. Así como la idea de un nuevo tratado que refuerce la disciplina fiscal a través de controles supranacionales tiene su origen en Berlín, por mucho que se hayan envuelto formalmente dentro de una iniciativa franco-alemana. Últimamente la UE sólo se construye con la economía sobre bases alemanas, aunque ahora parecen tolerar algunas políticas expansivas.
    Así puede pensarse que el fracaso en Ucrania se debe a que la política energética  alemana depende de Rusia. La guerra de Ucrania no terminará por sí sola. La crisis siria parece haber conseguido que olvidemos ésta, dando una tregua, pese a que no ha habido avances y a saberse con certeza que fueron misiles rusos los que abatieron el avión de aerolíneas Malasia con 298 pasajeros. No es solución tapar una crisis con otra. 
    La falta de política propia europea está acelerando los egoísmos nacionalistas y el pesimismo de futuro. Hungría no sería admitida hoy en la UE. Su gobierno nacionalista ha violado otros territorios, incumpliendo la Carta Europea de los Derechos Humanos, y nada se hace. Resulta curioso leer que el gobierno húngaro alaba al gobierno de España en el tratamiento a los emigrantes. Pese a la urgencia del problema, con imágenes durísimas y vergonzosas, todo se aplaza a la hora de los pactos para acoger emigrantes, especialmente por países de la vía rápida. Las vacilaciones de Merkel, contestadas también internamente, dejan en entredicho el poder de la Comisión y el del Europarlamento, pese a su acuerdo sobre refugiados del pasado día 16. Europa pierde prestigio, se levantan más fronteras internas y aumentan las diferencias. 
    Por otro lado EE.UU. ocupa ya el papel de dirigente globalizador con Alemania como representante de la UE y Japón claramente sumisos. El tratado TTIP (entre EE. UU. y la UE), llevado con absoluta opacidad, puede ser la prueba definitiva.
   Esperemos cambios en las políticas actuales, pues el avance hacia una unión transparente e ilusionante para los ciudadanos, dotada de estructuras de poder que sean absolutamente democráticas, es necesario para todos los estados, incluida Alemania.

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