domingo, 20 de mayo de 2018

DE VÍCTIMAS A VERDUGOS

    En 1947, la ONU se ocupó de la cuestión de Palestina escogiendo un territorio que entonces era administrado por los británicos. Cincuenta años antes, había comenzado en Europa un movimiento llamado "Sionismo Político", cuya intención era crear un Estado judío en Palestina mediante la expulsión de habitantes cristianos y árabes que componían más de un 95% de su población y su reemplazo por inmigrantes judíos (recordemos que el Holocausto comenzó en otoño de 1941 y se cobró 10 millones de víctimas). En realidad, aunque la Asamblea General de la ONU recomendó la creación de un Estado judío en parte de Palestina, esa recomendación no fue vinculante y nunca fue implementada por el Consejo de Seguridad, dando realmente carta blanca a sus acciones. Así comenzó la transformación de un pueblo que sufrió como ningún otro y que gozó posteriormente de las simpatías del mundo occidental para conseguir una patria y que utilizó estos apoyos, sin tener en cuenta los derechos humanos. Expulsaron de su tierra a un pueblo, con terrorismo y violencia de todo tipo, matando a todo aquel que intentaba resistirse. Hoy, sin duda, gozan de bastantes menos simpatías.
    La guerra de los Seis días, entre el 5 y el 10 de junio de 1967 y el rotundo triunfo militar de Israel, cambiaron el mapa y el reparto de poder en Oriente Medio: hicieron retroceder a Egipto, Jordania y Siria e iniciaron más de 50 años de dura ocupación israelí en el este de Jerusalén y en Cisjordania. Supuso también que EE.UU. e Israel firmaran un plan de ayuda militar para diez años, por valor de 38.000 millones de dólares, además del apoyo político indefinido. Como consecuencia, actualmente hay cerca de 800.000 personas en asentamientos reconocidos como ilegales, en los que se vive en condiciones infrahumanas, pese a las sucesivas resoluciones de Naciones Unidas, proclamando Jerusalén como su capital "única e indivisible", algo que formalizaría en los años 80 del pasado siglo pero que no fue reconocido por la comunidad internacional, que mantiene sus legaciones en la capital, Tel Aviv. 
   La compleja internalización de Jerusalén se rompe cuando el presidente Trump ordenara al embajador de EE.UU., de manera unilateral, su instalación en Jerusalén, proclamando así a esta ciudad la capital exclusiva de Israel, coincidiendo, además, con el 70º aniversario de la Nakba (término árabe  que significa "catástrofe" o "desastre", utilizado para designar al éxodo palestino). La llamada Gran Marcha del Retorno ha suscitado masivas manifestaciones en el límite de la franja de Gaza con Israel, que se han saldado hasta ahora con más de un centenar de muertos y unos 10.000 heridos de bala palestinos y ni un herido entre los soldados israelitas, lo que nos dice todo. En este desigual enfrentamiento, Israel empleó unidades de combate, fuerzas especiales, servicios de inteligencia y francotiradores, que fueron enviados a la frontera hasta duplicar el despliegue militar existente. Y el conflicto continúa.
   Esta decisión de Trump hace dificilísimo la construcción de dos estados que vivan en paz. La reacción del mundo ha sido casi unánime, y en especial la de Europa contra la represión. Es cierto que Israel gana de nuevo, pero no es menos cierto que aumentan los odios de los palestinos y de la nación árabe, previsiblemente durante generaciones. Este tipo de políticas torpes y cortoplacistas son propias de Trump. Pensemos que después de la victoria de la guerra de los seis días el conflicto y la inseguridad han continuado. Debemos recordar además algo que hoy parece insignificante como es que el crecimiento demográfico de palestinos y árabes es enormemente desigual, y dentro de unas generaciones todo puede ser distinto, pues puede haber más árabes en Israel que judíos. Ambos pueblos necesitan vivir en paz.

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