domingo, 30 de marzo de 2014

MIRANDO HACIA ATRÁS...

    Julio Merino, director de El Imparcial, diría a mediados de octubre de 1978 en el Club Siglo XXI: “El fracaso de UCD vendrá porque tiene dentro el cáncer de la desunión, porque media España no ha aceptado su traición al pasado y la otra mitad no aceptará nunca sus orígenes.” Sin duda esa predicción se cumplió: los suyos le traicionaron y los ajenos no le votaron cuando salió del poder. La muerte, después de años de olvido, le ha liberado de muchos sufrimientos y le ha dado un importante y merecido espacio en la historia de España; a la vez que, como ya lo fuera en vida, ha vuelto a ser instrumentalizado.
    Torcuato Fernández Miranda fue pieza clave en la educación del rey al que, pese a la vigilancia de Franco, supo inculcarle la idea de que a la muerte del dictador debería seguir el camino de las democracias europeas. A su fallecimiento, con Arias en la presidencia, contrario al rey, y la familia del dictador empeñada en una sucesión distinta a la propuesta, Torcuato se movió rápido, ocupando la presidencia de las cortes franquistas con el apoyo de los ministros del Opus. La sustitución de Arias, preparada con total discreción, se produjo el 1 de julio de 1976 (previo conocimiento de Kissinger). Suárez sería incluido en la terna para la elección por el rey, con Silva Muñoz y López Bravo; el día 3 fue nombrado presidente del gobierno y el 7 presentaba el Consejo de Ministros. Con crisis económica, huelgas continuadas con exigencias de libertad  y con la violencia de los involucionistas, Suarez iniciaba su compleja andadura.
     Comenzó la transición aprobando la “Ley de la Reforma Política”, ante la presencia de 497 de los 531 procuradores, casi toda la representación política del franquismo. Después de una ardua tarea de pasillos y promesas de inmunidad penal en el futuro, votaron a favor 425 (se requerían los 2/3, 330 votos). El 15 de diciembre de 1976 consiguió, aún sin democracia, un rotundo “sí”. Después de muchas reuniones, y gracias al sentido de Estado de los líderes de la izquierda, iniciaría el camino sin retorno hacia la democracia en 1977 con muchas importantes decisiones: amnistía general (Ley de Punto Final para mantenimiento de la legalidad del 18 de julio), supresión del Tribunal de Orden Público, desaparición de las estructuras del “Movimiento”, reconocimiento del PCE (decisión muy valiente, que le acarreó infinidad de enemigos), reconocimiento de los sindicatos... Por fin el 15 de marzo se convocaban elecciones generales que serían constituyentes. Una legislatura corta e intensa que consiguió, gracias al consenso, aprobar la Constitución y los Pactos de la Moncloa. Después de otro triunfo electoral, la expresa exigencia del rey y los traidores internos le hicieron dimitir en un momento especialmente delicado que ayudaría a su injusto descrédito. La parte heroica para el recuerdo la puso su actitud en el 23F y su posterior sufrimiento.
    Su fallecimiento ocurre en un momento en el que los valores democráticos están en pleno declive. El pueblo está abandonado ante un Estado que ha hecho dejación de sus obligaciones. La opacidad y la ausencia de diálogo invaden todo el hacer político. El interés por lo público ha sido sustituido por el enriquecimiento privado. Incluso esos días de luto el gobierno, en La Marcha de la Dignidad, dejaba otra muestra de su hacer. 
    La valentía y dignidad de su vida y el actual momento político han supuesto la mitificación de un presidente dialogante, que si no consiguió todas las metas supo dejar trazados sus caminos. La manifestación ante sus restos permitió al pueblo expresarse: ¡Queremos democracia! y ¡A ver si aprendéis de Suárez! Ahora debemos mirar hacia adelante. El nuevo tiempo exige diálogo para traer nuevas políticas, nuevas leyes y nuevos rostros que permitan eliminar la crisis de valores que atenaza la democracia.  

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